28.10.18

Que la noche no acabe nunca

   Tenía muchas ganas de verte aquella noche.
De hecho, hacía ya tiempo que me apetecía pasar una velada así contigo.
Sólo quería tomarme una cerveza. Charlar. Conocernos un poco más.

   Me sentía muy cómoda hablando contigo, y parecía que tú también conmigo. Con el paso de las horas te ibas abriendo más y contándome anécdotas que nunca habíamos compartido. Pude ver cómo eres y las experiencias por las que has pasado. Y quería saber más. Quiero saber más.

   Nos fuimos cogiendo confianza, y así empecé a comprender lo mucho que me atraes. Entendí que estaba deseando estar más cerca de ti, de tu cuerpo, de tu cara, de tus labios. Y comencé a abrirme yo también, a intentar acercarme.

   Esa incertidumbre de no saber si dar algún paso no se separaba de mí. De querer leer en tus gestos lo que querías tú de mí, y de no saber hasta dónde quería llegar yo.
Los pensamientos no dejaban de correr por mi mente y, de alguna forma, me hacían disfrutar aún más de cada palabra, de cada caricia, de cada roce.

   Soy muy torpe leyendo señales, y a ti era incapaz de leerte. Pero de repente ya no importaba, porque surgió sin más. Nos besamos. Y el resto del mundo se paró. Y todo daba igual.
Los pensamientos se pararon, y lo único que era capaz de percibir era el movimiento de tus labios, y el de los míos. Sólo sentía cómo picaba tu barba, cómo se movía tu lengua, cómo se paseaba tu mano por mi espalda, y la mía por tu pelo. Aún hoy no puedo dejar de pensar en todas esas sensaciones, y las revivo en mi cabeza como si estuviesen pasando de nuevo.
No quiero olvidarlas.

   Esa noche fue tan especial que no quería que acabara nunca. La alargamos todo lo que pudimos; hasta el amanecer del día siguiente, hasta que resultaba ridículo seguir despidiéndonos sin despedirnos como excusa para besarnos de nuevo.
Pero acabó, y no ha vuelto a haber besos de tus labios desde entonces.

   Me sigo preguntando si algún día volveremos a vivir algo así.
Sueño con que sea así, con que se repita, y la noche no acabe nunca.
Ni tus besos tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario