9.1.16

En tarros de sensaciones

El día dos de enero de este nuevo año, una de mis primas me escribió para decirme que este año me quería hacer un regalo, un regalo especial. Vivimos a casi cuatrocientos kilómetros la una de la otra, así que nos vemos muy poco y me dijo que prefería no mandármelo por correo. Me iba a tocar comprarlo a mí.

Ella se regocijaba en la idea de hacerme un gran regalo sin ningún tipo de esfuerzo; yo haría todo el trabajo. Sería su regalo porque, al fin y al cabo, la idea había sido suya. Le concederemos ese mérito.

Me pidió que comprase un bote, un tarro, o cualquier cosa del estilo; de plástico, de cristal, o una caja de lata. En general, algo chulo que me gustara, algo "para guardar, muy mono, que te recuerde a mí ;P".

Me parecía un regalo bastante extraño. ¿Todo esto para qué? Pensé que, bueno, tenía un tarro de miel en casa a punto de acabarse, que podría limpiar y aprovechar para esta ocasión. Pero aún no estaba convencida.

La clave del regalo era en realidad un largo trabajo que me llevaría todo el año: meter en él un papel por cada momento importante que tuviese en este 2016. Sobre todo lo bueno, pero lo malo también si me parecía que debía recordarlo. Hacer, en definitiva, poco a poco, un resumen del año.

El objetivo, por tanto, era recordarme cuando acabe el año lo bonito que había sido.

Me pareció una "moñada", pero lo cierto es que este pasado año, el día 31, un amigo me preguntó cuál era mi balance del 2015, y sólo se me ocurrieron cosas malas. Él mismo me ponía ejemplos de las cosas buenas que recordaba que me habían pasado, y las había. Lo cierto es que, en esos primeros momentos, no me venían los buenos momentos a la mente.

Por este motivo me pareció una gran idea. De repente, el tarro de miel me parecía perfecto. Es una bonita metáfora: meter las "moñadas" del año en un tarro de miel. No pude evitar acordarme de un viejo amigo al que apodaba así, y acordarme de una de las canciones de nuestro grupo favorito.

Os cuento esto para deciros que ya tengo el primer papelito que meter. Porque últimamente me paso los días sonriendo. Porque no todas las lágrimas son amargas,  y es genial tener quien te las quiera secar. Y, sobre todo, porque los recuerdos, las personas, los momentos, se olvidan; pero las sensaciones que te producen permanecen en la memoria.

Gracias por ese instante, y por todos los que vendrán. Prometo guardarlos en mi tarro de sensaciones.

1.1.16

Cita a ciegas en Madrid (Parte II)


[...] El reto estaba servido. Comenzamos a hablar, a reír, a beber, a tontear, a beber… sobre todo a beber. La conversación se volvía interesante por momentos a la vez que el alcohol fluía por nuestras venas y los pensamientos por nuestros labios. Según avanzaba la noche mi atención se olvidaba de sus ojos para centrarse en su boca. Además, su incipiente barba hacía que se resaltase mucho más y resultase algo apetecible. Aunque intentaba disimularlo, el alcohol inhibió mi juicio y comenzó a parecerme interesante que se diera cuenta de que me estaba fijando en sus labios. El tonteo también estaba servido.

Las jarras se iban acumulando en la mesa y en la misma medida disminuía la distancia entre los dos. Aparte de llamarme la atención su aspecto, también empezaba a interesarme su conversación; sus anécdotas resultaban realmente cómicas. Eran las tres de la mañana y en el bar las luces anunciaban el final de la velada. Yo tenía necesidades biológicas que cumplir en el aseo y él, según me dijo, me esperaría fuera fumándose un cigarro. Mientras me retocaba frente al espejo del baño pensaba en cómo acabaría la noche: le gustaría, o no, me besaría, me acompañaría a casa, se quedaría a dormir…

Al salir no le encontraba con la mirada y me puse algo nerviosa creyendo que se había ido sin mí. Pero, entonces le vi en una esquina de la plaza, algo alejada, hablando con alguien. Parecía una mujer. Extrañada me fui acercando para averiguar de quién se trataba. No dejaba de hacer suposiciones en mi cabeza. ¿Se habría encontrado con una amiga? ¿con un familiar? ¿con una exnovia? Finalmente, reconocí a dicha persona. No me lo podía creer. La conocía. La había visto antes esa noche…

Cuando llegué a la esquina él también me reconoció.
- ¡Hombre cielo, eres tú! – exclamó de manera exuberante.
- ¿Os conocéis? – preguntó extrañado Fran.
- No, ¡no le conozco!
- ¡¿Cómo que no?! ¡¿Huyes de mí y ya no te acuerdas?! ¡Pero mujer, por favor! ¡¿Tan fea te parezco que te has olvidado de mi cara en solo unas horas?!
- Bueno… es que…
- ¡Bueno, aunque en realidad no me gustan las mujeres! ¡Prefiero los hombres machos y fuertes! – y girándose hacia Fran y cogiéndole de los hombros - ¡como este, por ejemplo! ¡Uy! ¡Qué fuerte estás! ¡Tú con esos brazos podrías llevarme hasta tu casa!
- ¡Bah! No es para tanto. Voy al gimnasio de vez en cuando pero tampoco levanto mucho – contestó Fran dejándose querer.

Atónita presenciaba una escena que nunca habría imaginado que pudiese llegar a ocurrir. ¿De verdad el buenorrro que estaba tratando de seducirme hacía un momento estaba siguiéndole el rollo a un travesti? No me lo podía creer.  

Continuaron tonteando y conmigo de “sujetavelas” hasta que el travesti desapareció de forma espontánea dejando a Fran con la miel en los labios. La conversación fue lo bastante intensa como para que Fran intentase algo conmigo mientras esperábamos a que llegase un taxi para irnos a casa.
- ¡¿Qué haces?! – exclamé mientras esquivaba su beso.
- Pues besarte. Después de lo que ha pasado esta noche tenía ganas de hacerlo.
- ¿Después del ligoteo con el travesti dices?
- Eso no ha sido nada; solo estábamos tonteando y divirtiéndonos un rato.
- Pues aún estás a tiempo de ir a Montera, que seguro que te hace un buen descuento.

Me monté en el taxi y le dejé allí, perplejo, sin saber qué sería de él y sin que realmente me importara. No supe más de él hasta que una noche de fiesta me volví a encontrar con aquel simpático travesti que me comentó entre copas que, en realidad, el chico no cumplía las expectativas en los momentos de intimidad. Desde entonces, siempre me ayuda cuando aparece alguien nuevo en mi vida.